Los caminos de la creación

 

de Pierre-Henri Deleau

Profundamente enraizado en la tierra vasca, rebelde a cualquier directiva y hasta contrabandista en su juventud, republicano feroz y demócrata convencido, José Antonio Sistiaga es primero y ante todo un artista libre. El retrato que nos hace de él Manuel Sorto, con la ayuda de su cómplice Camilo Sorto-Cazaux en ocasión del montaje de una exposición dedicada al pintor, nos restituye la vida y las motivaciones de este creador atípico, emancipado de toda influencia quien, alejado de las modas y de las mundanidades, sigue imperturbable con su trabajo y sus búsquedas artísticas. Pues José Antonio Sistiaga se nutre esencialmente de lo que ve o experimenta. La naturaleza y más específicamente el mar, le son indispensables. No intenta entenderlos, los interioriza y así pinta lo que está detrás de la apariencia del espectáculo que ofrecen. ¿Pintura abstracta entonces? No exactamente, más bien el lado escondido de un cosmos en perpetua evolución del cual se esfuerza en captar el movimiento y restituirnos uno de sus momentos. Todo el mérito de Manuel Sorto es haber sabido mostrarnos esa búsqueda de lo absoluto basada en la intuición y la sumisión a la mirada interior que rige su expresión.

De la misma manera que José Antonio Sistiaga escucha lo que ve, Manuel Sorto no juzga al pintor, lo escucha a su vez y nos lo muestra dentro de su búsqueda y de su vida que son uno solo. Completamente en confianza José Antonio Sistiaga se libera entonces totalmente, sin esconder nada de sus profundas heridas y sus crueles recuerdos como el de los años de reclusión de su padre en los calabozos de Franco. El hombre cuenta y se cuenta sin tapujos: aparece entonces simple y grande, hecho de rabia y de generosidad, vivo, terriblemente vivo. Un artista frente al mundo, universal y solo.

 

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de Lucie Miramont

Gafas de concha y voz vacilante. José Antonio Sistiaga avanza en un dédalo de salas. En estas paredes pronto estarán colgadas sus obras. Delega, deja al comisario de la exposición administrar esos detalles. No está muy cómodo, el pintor.
 
Casi apartado.
 
Su trabajo está cumplido: colores sobre sensaciones, formas sobre recuerdos, manchas de pintura sobre ideas. Juega con las materias y los formatos. La cámara sigue sus vagabundeos en este espacio en obras, a lo largo de un juego de preguntas y respuestas. ¿ Esta más a la derecha ? Podríamos juntarlas, ¿ qué te parece ? Su creación es variada, sorprendente, da quebraderos de cabeza a los procesos de exposición clásicos. Pues sí, Sistiaga pinta, pero también pinta películas. El encuentro es insólito entre sus celuloides trabajados con minuciosidad, colocados en vitrinas inmaculadas, cuya luz de neón viene a imprimir los motivos coloreados en la retina del espectador, y la proyección de sus películas.
 
Es particular este pintor, poco a poco nos enteramos de su historia, al ritmo de las preguntas planteadas por Manuel Sorto y de las vueltas en coche a su lado. Alrededor de esta figura creativa se elabora otra obra: la película, documental, testimonio, presentación, ¿ ficción ? El calificativo parece tener poca incidencia, lo esencial sigue siendo, aquí también, la creación. Las imágenes se enlazan. Parecen seguir una partitura finamente escrita, alternando los diferentes espacios y ambientes. Así pasamos de esferas públicas, exposiciones o conmemoraciones, a la intimidad del artista. Orquestada de tal manera, la película que se desarrolla ante mis ojos se muestra en adecuación con el trabajo del pintor.
 
Procedimiento de cajas chinas, construcción helicoidal, doble movimiento de creación o dialéctica de génesis, el ”documental” se construye a medida de que Sistiaga revela sus pensamiento y su manera de trabajar. A propósito de eso, el soporte de muchas de sus últimas obras no fue jamás desflorado por un pincel.
 
No pinta el pintor, proyecta.
 
Proyección parece ser la palabra llave de esta unidad fragmentaria que observo. Se me proyecta una película en la cual un artista proyecta su película en una pantalla, como proyecta pintura en sus soportes. Pero aquí no se para la construcción en paralelo. La simbiosis es tan fuerte que esta película parece consubstancial a la creación de Sistiaga. Principio de vasos comunicantes, la metáfora es aún más marcada y fuerte.
 
Gracias a una forma de dialogismo, instaurándose durante su desarrollo, este ensamblaje de imágenes parece haber interpretado el papel de un substituto para el pintor, permitiéndole pararse un rato, instalar su exposición y hablar de su vida, antes de retomar sus bolígrafos o sus pinceles.
 
La circularidad, la idoneidad, allí está. Funciona. Estas son las palabras que me vienen a la mente. “Círculos concéntricos” me digo. Exactamente. Círculos cuyo trazado forma el recorrido de la instalación de una exposición, del trabajo de un pintor, de una vida de artista. Una fragmentación circular en torno a una unidad inquebrantable, columna vertebral de este conjunto hecho de recuerdos, de paisajes, de frases y de colores: la creación.
 
Una película de muñecas rusas.
 
Dialogar con la creación mediante la creación. La película la cataliza. Juega con ella. La roza. La pica. Sin nunca robarle el estrellato.
 
Ya es suya.

 
 


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